jueves, 12 de noviembre de 2009

"Fruto del desierto " - CUENTOS

MISTERIO EN LA MANSIÓN


Era sábado a la tarde. Un viajante de comercio llamado Benjamín, recorría la campaña ofreciendo cierto producto que ni siquiera él sabía bien qué era. En medio de un oscuro paisaje, bajo el cielo nublado y pocos árboles sin hojas, vio una extraña mansión. La casa estaba rodeada por una espesa niebla que se elevaba a medio metro de altura del suelo.

Benjamín se acercó a la puerta de hierro que separaba la ruta del parque en el que se encontraba la casa. Tocó una gran campana. Nadie salió a atenderlo. Luego de varios intentos, empujó la pesada puerta y tomó el camino hacia la oscura mansión. Sus pasos sonaban en el camino de piedras como si estuviera pisando insectos muertos. Subió los cinco escalones que llevaban a la puerta de entrada, él mismo los contó. Golpeó la puerta pero tampoco tuvo respuesta. Empujó la puerta y esta se abrió silenciosamente como si estuviera en el aire.

Al entrar, se encontró con una gran sala. Las paredes estaban llenas de enormes retratos. Comenzó a observarlos con atención. Eran retratos de sus familiares fallecidos. Entre ellos, se encontraba el de María, su gran amor. Sintió un gran escalofrío. Todo era muy extraño y no encontraba ninguna explicación para lo que estaba sucediendo. Tuvo miedo y decidió marcharse. Pero luego quiso seguir adelante y resolver el misterio.

Sintió que alguien estaba a sus espaldas. Se dio vuelta y vio a un hombre pálido, vestido de blanco.

- Por aquí señor - le dijo y agregó - Lo están esperando para cenar.

Entraron a un enorme comedor que tenía una larga mesa en el centro. En las cabeceras estaban sentados los abuelos de María cenando tranquilamente. Hacia un costado estaba sentada ella, pálida, vestida con su traje de primera comunión, comiendo con desgana. Benjamín se sentó frente a María. Ella le sonrió.

El abuelo se limpió cuidadosamente la boca y luego le preguntó el nombre al recién llegado.

- Me llamo Benjamín Reen.

- ¿Reen? - repitió asombrada la abuela.

- ¡Qué extraño! - dijo el abuelo - Ese apellido es una desgracia para esta familia. Mi fallecida hija se casó con un tal Federico Reen, joven alemán que no la hizo feliz. Afortunadamente se murió en un accidente pero se llevó mi hija con él.

- Federico Reen era mi padre - dijo Benjamín.

La abuela gritó. María se cubrió el rostro con las manos. El abuelo se quedó rojo de ira y ordenó:

- Caballero, haga el favor de retirarse de mi casa.

Benjamín se levantó y tomó a María de la mano. El abuelo sacó un arma y lo amenazó. Benjamín siguió adelante. María le suplicaba a su abuelo que bajara el arma. Entonces el abuelo, indignado con la actitud del extraño, disparó. El grito de María hizo que Benjamín saltara de la cama. Sentía los acelerados latidos de su corazón, estaba asustado.

Évelyn Vázquez



EL ENORME COCODRILO

Era un día en el que todo lo bueno se puede tornar malo. En ese día gris, turbio y desolado, un grupo de amigos, sin preocupaciones, con vigor y con el alma aún pura, se fue de paseo hacia “Las Amazonas”. Alexis fue el organizador de esa salida. Iban a la isla “El cocodrilo” donde la leyenda decía que habitaba un cocodrilo enorme y aterrador, ellos creyeron que sería agradable conocer ese lugar.

Mientras se dirigían al lugar entre risas y poca preocupación. Nicolás empezó a darse cuenta de que el medio que los rodeaba estaba cambiando. De alguna manera sentía que el lugar adonde iban no era confiable. Entonces manifestó su presentimiento al resto del grupo. Todos rieron.

Después de diez horas de viaje llagaron al lugar. Parecía un lugar único, lleno de misterios y terror. Ese mismo día, después de desempacar y de haber cenado, empezaron a sentir ruidos extraños entre los árboles La oscuridad era total. Fueron a averiguar de dónde provenían aquellos ruidos. Buscaron ente los árboles y arbustos. La emoción de la búsqueda hizo que se perdieran.

En la tenebrosa noche, entre los ruidos que produce el miedo, escucharon claramente gritos. A pesar del miedo que les causaba aquellos gritos desesperados, tuvieron valor para dirigirse hacia ellos. Entre los arbustos, se encontraba una cueva. En ese instante, tartamudeando y pálidos, se dieron cuenta que la leyenda era verdadera. Entraron a la cueva rocosa y fría. Ahora les faltaba encontrar al cocodrilo. Los gritos los guiaban para saber el rumbo que debían tomar.

Entonces, se encontraron con un cocodrilo enorme. Una muchacha yacía muerta en el piso. El animal conservaba los cuerpos que atrapaba dentro de la cueva. Desesperados, ellos se escondieron entre las rocas. De todos modos, el cocodrilo los encontró y mató a dos de ellos. Solamente sobrevivieron al ataque Alexis y Bryan. Bryan estaba muy lesionado pues el monstruo le había arrancado una pierna. Alexis lo metió entre unas rocas y empezó a correr, tomó un palo enorme y se sentó delante de una roca con los brazos estirados hacia abajo sosteniendo el palo hacia arriba. Su respiración era muy fuerte, en segundos el cocodrilo lo encontró. El animal se acercó y se lanzó con todo el peso su cuerpo y con la boca abierta.

El plan había funcionado, el palo atravesó la cabeza del cocodrilo, su propio impulso lo mató. Alexis pasó entre la boca del animal y la roca y fue a buscar a Bryan para sacarlo de la cueva. Al otro día encontraron el camino de vuelta y después de llegar al campamento, decidieron marcharse del lugar. La leyenda de “El enorme cocodrilo” había terminado.

Nicolás Fogliani



UN DÍA DE SUERTE

A mis padres y a mis amigos Martín, Fabián, Jony y Matías

Había una vez en el barrio Goes un chico llamado Gabriel. Tenía 14 años y vivía con su madre Analía. Estaban pasando un mal momento pues ella se había quedado sin trabajo. Gabriel, flaco, alto, morocho y de mal carácter, quería hacer cualquier cosa para no pasar hambre. Estaba desesperado. Si en una semana no pagaban la renta de la casa, los desalojarían.

Analía salía a buscar trabajo pero no encontraba. La discriminaban por su forma de vestir. Ella recibía dinero prestado de sus vecinos pero no alcanzaba para pagar la renta.

Por las mañanas, Gabriel salía a juntar cartón y papel para conseguir algunas monedas. Todos los días salía y traía aproximadamente unos 12 pesos que alcanzaban para un pan y un poco de leche. Su madre estaba flaca y triste. Gabriel se pegaba a ella y la abrazaba para darle cariño y levantarle el ánimo. Aquella mañana, cuando estaba por salir a juntar cartón, su madre le preguntó si quería que lo acompañara y él, contento, le dijo que sí.

Salieron y se dividieron las cuadras. Fijaron un lugar en el que se encontrarían. Después de varias horas juntando se encontraron en la plaza. Analía no había juntado mucho pero Gabriel sí porque ya estaba acostumbrado, sabía dónde se encontraba bastante cartón. Al final, habían juntado 45 pesos entre los dos y compraron arroz y huevos. Con lo que sobró decidieron jugar a la quiniela para ver si tenían suerte ya que faltaba un día para que los desalojaran.

Esperaron a la noche para saber el resultado pero no tuvieron suerte. Su madre lloraba de tristeza, no sabía qué hacer. Tendría que bajar los brazos y empezar a juntar los adornos de la casa, guardarlos en cajas.

A la mañana siguiente, Gabriel salió de nuevo. Mientras revisaba unas bolsas de basura, encontró un boleto de la lotería de fin de año y se fue corriendo hacia su casa. Su madre le dijo: “este es un regalo de dios”.

Cuando el número sorteado coincidió con el que tenían, incrédulos, comenzaron a gritar y llorar de alegría. Fueron a cobrarlo. Pagaron la renta atrasada y compraron una casa. Guardaron una gran cantidad de dinero y el resto lo donaron a hogares de beneficencia. Analía consiguió un trabajo y Gabriel empezó el liceo, para poder seguir una carrera.

Pablo Arias



EL CAPATAZ

A mi abuelo Ángel Scalone.

Era una noche serena en la estancia La Flor’. La paisanada reunida mateaba a la luz de la luna llena. De repente se escuchó un llanto, el capataz, don Manuel, salió al camino junto con su perro Rey que siempre lo acompañaba. Entonces, el perro sintió un ruido y se preparó para atacar. Entre los matorrales salió una mujer con un niño en brazos pidiendo ayuda.

La mujer llorando le decía a don Manuel “a mi hijo lo mordió una víbora y necesita ver a un doctor”, don Manuel desesperado sacó su caballo negro del potrero, mientras un peón corría a buscar los arreos para preparar la volanta.

Emprendieron camino a todo galope hacia el pueblo. El niño, ya inconsciente por el veneno de la víbora, hacía más crítica la situación. El camino se hacía eterno y difícil.

Llegaron al pueblo al amanecer, casi se podían divisar a lo lejos los primeros rayos de sol. Desesperados, llamaron al doctor. El doctor abrió la puerta y los hizo pasar a su consultorio. Al ver al niño, en seguida se dio cuenta de la situación y actuó rápidamente. El doctor llevó la madre hacia los pasillos y después de unos minutos, salió preguntando qué clase de víbora había mordido al niño. La mujer no sabía porque todo había sucedido de noche. Entonces el doctor dio pocas esperanzas, su situación era crítica.

Después de una larga y angustiosa espera, el niño empezó a mejorar. El doctor le dijo a la madre que su hijo debería quedar unos días internado para poder recuperarse bien.

Don Manuel volvió a la estancia quedando a disposición para lo que necesitaran. A los cinco días, volvió a la casa del doctor, al niño ya le habían dado de alta y se había ido a su rancho con su madre. Don Manuel regresó contento a la estancia.

Muchos años después la madre le contó la historia a su hijo. En la estancia ‘La Flor’, se estaba organizando una fiesta con payadores y cantores de distintos pagos cercanos. El hijo, ya muchacho, sabía recitar y tocar la guitarra, por eso compuso una canción sobre la historia de la víbora. En medio de la fiesta, cantó su canción y don Manuel, ya viejo, reconoció al muchacho. Entonces, el viejo capataz, subió al estrado y le dijo que él era aquel capataz de la estancia que muchos años atrás… Entonces se dieron un gran abrazo y los paisanos aplaudieron, emocionados, esa maravillosa historia.

Miguel Gutiérrez



JUEGOS DE AMOR

Para Tincho, con amor.

La joven se sacaba lentamente la ropa. El silencio era absoluto. Solo se escuchaba el agua correr en el arroyo…Ella escuchó unos lentos pasos quebrando las secas hojas del suelo. Creyó que eran sus amigos pero solo vio árboles y más árboles. No había nada ni nadie. Se agachó tomando con sus manos un poco de agua y la deslizó sobre su pecho.

Mojándose los pies, jugando con el agua, pensaba nadar un rato, pero de repente escuchó nuevamente los pasos. Levantó la mirada y entre los árboles distinguió una sombra. Con temor preguntó:

- ¿Quién anda ahí?

- Continúa, no tengas miedo - le respondió una voz grave y fuerte. Inmediatamente, ella reconoció esa voz que se acercaba.

- Alex ¿eres tú?

- La noche está cubierta de estrellas con una luna llena, una brisa suave que invita a salir, una hermosa joven sola, nadando a la luz de la luna. ¿No te parece que necesita compañía?

- Puede ser, pero, más vale sola que mal acompañada!

- Eso es lo que soy, una mala compañía?- dijo Alex, sentándose en el puente de madera y preguntó - ¿Qué te parece?

- Me parece que es mejor que te marches, pronto va a venir tu novia y las muchachadas - dijo con ironía Alis.

- ¿Cómo está el agua? – preguntó Alex, evadiendo las palabras de la joven.

- Deliciosa, ni tan fría, ni tan caliente.

- ¿Tibia?

- Yo diría… que es mejor probarla uno mismo y no preguntar tanto- respondió mirándolo a los ojos.

Alex creyó comprender la indirecta y quiso seguir el juego pero Alis volvió a insistir.

- ¡Vete! Pronto llegarán - esta vez mirando al agua, evitando la seductora mirada del joven muchacho.

- ¿Y si nos encuentran juntos?

- ¿Juntos? ¡Juntos, no!, tú estás ahí sentado, observándome y yo acá, manteniendo cierta distancia - le respondió mientras acariciaba suavemente su cabello largo y rojo, color pasión.

Alex no bajaba los brazos y se lanzó rápidamente al agua. Cuando estaban frente a frente, separados por un centímetro de ondulante agua, él dijo:

- Ahora sí estamos juntos.

- Ahora sí sospecharían – susurró Alis, mientras pasaba su suave mano por la espalda, abrazándolo. Como respuesta, recibió una líquida caricia en su mejilla que lentamente desembocó en sus labios color rosa y dulce miel.

El roce de sus labios era el comienzo de un secreto, de un engaño. Era la llave que abría la puerta hacia un gran amor, hacia un nuevo mundo de mentiras, hacia el futuro.

Viviana Marino



MARTINA

A mi familia por darme tanto amor.


Amanece. En el barrio todo comienza a despertar, se ven a lo lejos los finos rayos del sol con tenues nubes en el horizonte. Doña Martina, una vieja vecina que con sus ochenta años, con sus canas, con su delantalcito muy blanco, su termo, su mate, siempre se la ve en su jardín con sus plantitas. Es viuda, con dos hijos, y una nieta con la que vive.

Su nieta se llama Laura, tiene veintiséis años, es soltera y trabaja en un taller de costura, se va a las nueve de la mañana y vuelve a las seis de la tarde. La viejita está casi todo el día sola, pero es feliz. Siempre habla de sus hijos que están en España, de Pablo, su hijo mayor, casado con Blanca de cuya unión nació Laura, su nieta adorada, y de su hijo menor Pedro que es soltero.

Hace diez años que se fueron a trabajar y se quedaron a vivir. Recibe llamadas telefónicas y cartas, fotos, postales y obsequios cada quince días. Quieren llevarla pero ella dice que es muy vieja para ir a vivir a otro país. Ama a su pequeño barrio en el cual nació, creció, se casó y formó su familia. Siempre que le preguntan, ella responde: “aquí nací, aquí moriré”. Pero extraña a sus hijos.

Cuando llega el cartero, ella lo recibe con los ojos llenos de lágrimas. Néstor hace unos años que reparte cartas y telegramas en el barrio. Sabe que dos veces al mes la señora recibe noticias de España. Cuando él la ve, siente deseos de abrazarla como lo haría con su abuela si aún viviera. Entonces él le pregunta:

- Abuela, ¿se siente bien? - y ella responde:

- Los años no vienen solos m’hijo, está todo bien gracias, muchas gracias-. Apretando contra el pecho su paquetito, se va a leer lo que sus amados muchachos escribieron.

Sentada en su sillón, con lágrimas en los ojos, pasa horas mirando y besando las cartas. Ella no quería que se fueran tan lejos pero acá no tenían futuro, y ahora están bien económicamente y son felices.

Levanta sus ojos y ve por la ventana a don Juan con su carrito de tiro, su chaquetón desflecado con algunos remiendos, su pantalón gastado y sus zapatos chuecos, revisando los tanques de basura. Martina sale, lo saluda y le entrega una bolsa con ropa usada, él le agradece cordialmente. Luego ella continúa recordando sentada en su sillón, hasta dormirse.

De repente siente unos cálidos besos y unas suaves caricias, ha llegado Laura, con sus grandes ojos color miel, tan parecidos a los de su padre, con su pelo lacio cayendo sobre sus hombros, su carita muy blanca y redondita, con su hermosa sonrisa como no hay otra. Su nieta la mira con ternura, se sienta a sus pies, la abraza y le dice:

- Estar así contigo, juntitas, no lo cambio por nada en el mundo. Sabes que hoy en el taller no hobo mucho trabajo, estuvo muy tranquilo, ¿Y tú abuela, Cómo pasaste? Veo que hay noticias, ¿están bien?

- Sí- responde Martina y agrega - Tu madre te extraña, tu padre también.

- Pero yo soy muy feliz contigo abuela, aunque a ellos dos los amo mucho.

Martina decide aprontar el mate para seguir conversando con su querida nieta. Pasan varias horas contando anécdotas vividas por toda la familia y al recordar, entre risas y llantos, no notan la llegada de la noche. Se han encendido los focos de la calle. Laura besa a su abuela antes de retirarse a dormir pues debe despertarse temprano para ir a trabajar.

Martina guarda las cartas y postales donde tiene las demás, en su mesita de luz, cerquita de su cama para poder volver a leerlas, apoya su cabeza en la almohada y se duerme.

Silvana Palleiro



EL DÍA DEL MILAGRO

Se acercaba el domingo tan esperado por los jugadores uruguayos. Toda la semana se habló de lo que podría pasar en ese partido. En la radio se decía que si Uruguay ganaba el partido contra la selección Argentina, la mejor del mundo en ese entonces, se debería declarar ese día como “El día del milagro”.

Pablo Pérez, el director técnico de Uruguay, era un hombre muy reservado que no le gustaba dar a los medios de comunicación la alineación de su equipo hasta media hora antes del comienzo del partido. No hizo ninguna declaración durante la semana y como físicamente era muy grande y musculoso, ningún periodista se animó a preguntar nada. Durante esa semana se dijeron muchas cosas. Se pronosticó que “La Celeste” jugaría el domingo con un enganche y dos puntas, o con cinco en el fondo y uno arriba. También se discutió que si después de perder el partido se debía echar al director técnico o no. A nadie le pasó por la cabeza la idea de que Uruguay ganaría el partido ante Argentina. Era muy difícil, casi imposible.

Cuando el ansiado día llegó, el director técnico del seleccionado uruguayo sorprendió a todos e hizo creer hasta al más aficionado o fanático hincha de Uruguay, que realmente era imposible salir victoriosos del encuentro. Pablo Pérez tuvo la loca idea, como calificaron algunos, de utilizar lo que en el fútbol se conoce como un “tres, cuatro, uno, dos”. Se jugaría con tres jugadores en defensa, cuatro en la mitad de la cancha, uno más adelantado (el enganche) y dos delanteros en el área rival, además del arquero.

Todos afirmaron que Pablo Pérez estaba loco, que no quería ganar el partido e incluso un alterado periodista dijo “cómo el director técnico del seleccionado va a colocar tan solo tres jugadores en la defensa contra Argentina, siendo que esta tiene muy buenos jugadores y mejores son sus delanteros. Señores estamos frente a una locura nacional y Pablo Pérez, lo digo y lo sostengo, está loco de remate”. Pero al director técnico no le importaron los comentarios y como él había dicho, Uruguay salió a la cancha del Estadio Centenario con su “tres, cuatro, uno, dos”.

Sucedió lo que nadie imaginaba. Uruguay batalló en todo momento y logró al cierre del primer tiempo, ir ganando uno a cero. Pablo, muy contento y satisfecho con lo que estaba mostrando su equipo, quiso que para la segunda parte del encuentro, “La Celeste” siguiera haciendo lo que hizo en el primer tiempo. Los jugadores realizaron al pie de la letra lo que el director técnico ordenó, aunque en la mitad del segundo tiempo los argentinos robaron la pelota a los uruguayos en la mitad de la cancha, corrieron sin parar y convirtieron el gol del empate.

Todos comenzaron a decir que lo que había pasado era culpa del director técnico, y que si se perdía había que echarlo por su falta de razonamiento. Faltaban diez minutos para terminar el partido y Pablo Pérez llamó a Tomás Cañas que estaba en el banco. El director técnico le dijo “jugá como vos sabés, que vas a convertir un gol”; el gol que daría la victoria al conjunto uruguayo, y Tomás entró a la cancha.

Así sucedió. Faltando un minuto, Tomás agarró la pelota, entró al área contraria rumbo al gol pero un jugador argentino le saltó con la plancha y lo derribó. El árbitro cobró el penal que el mismo Cañas pateó y convirtió el gol con que Uruguay ganó el partido.

Con ese gol de Tomás Cañas, el equipo de Pablo Pérez hizo un milagro y aunque no todos estaban de acuerdo con la formación del director técnico, el “tres, cuatro, uno, dos”, él estaba convencido que su equipo ganaría. Y a partir de entonces, el 2 de octubre, el día del partido es recordado por todos como “El día del Milagro”.

Victoria Fernández

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